sábado, 11 de octubre de 2008

Pasión

Enseña su sonrisa, fina como la hoja de un cuchillo, y pasea la punta de la lengua de los labios. Se trata de un gesto que sirve para cortar con todo preámbulo. y ella, a la sazón, incorpora la anatomía y respira su aliento, espeso de noche. Una calentura del infierno, un misterioso latido que engrasa sus piernas, igual que si fueran armas de fuego. Hablamos de un grado superior de humedad que empapa la casta de sus muslos y, que en aquel entonces, hace que se desprenda el vestido. No lleva sostén, tampoco bragas, para qué. Lo deja caer al oloroso cesped, un trapito fácil, inevitable, sin esfuerzo, como si lo hubiera ensayado otras veces. Él observa. No pierde detalle. Empleando mucha sabiduría, sus dedos morenos descalzan unos pies de uñas lacadas en rojo cereza, tobillo fino, zapato de pulsera. Sube a ritmo lento; el tacto delicado de las medias, el interior caliente de los muslos, allí donde sus dedos morenos se recrean. Ella no opone resistencia; sino todo lo contrario: se abre como un acordeón...

1 comentario:

Lorenita. dijo...

que erótico, me gusta mucho.Un besote.